La mirada

¿A dónde apuntar la mirada? ¿A dónde girarla en lugares concurridos? ¿A dónde distraer la pupila cuando el corazón palpita con rapidez? ¿A quién busca la mirada? ¿Cómo se disimula el balbucear? Al vacío, a un punto fijo, a la quietud en medio del caos. A corrientes y avalanchas que parpadean con serenidad. Ocuparla en pantallas, en asuntos importantes o en libros opulentos. El contacto se evade a toda costa y se anhela en las entrañas la conexión, el reconocimiento. Tememos nuestra naturaleza, o más bien, la desconocemos. No hay fluidez ni confianza. Todos llevan máscaras y somos pandos pozos buscando elevar las aguas a la luna y sentir algo del sol. Romper la barrera de lo que se cree desconocido y encontrar espejos, niños confundidos. ¿A dónde apuntar con la mirada cuando se cruza con otra? Un relámpago enciende el torrente sanguíneo y la voz se ahoga. ¿A dónde dirigir la mirada inquieta? Yo no quiero una fachada, un rol ni un monólogo. Mi discurso se basa en la incertidumbre y la indagación. No sé quién soy. A veces me invade el caparazón y la armadura me abraza cuando quiero ser pájaro. La mirada es profunda, brilla aunque se encuentre apagada. La amnesia juega y olvido el efecto que mi presencia descarga. La mirada se encierra y encuentra destellos en el vacío. Se cansa de agarrarse de lo que hay afuera y se suelta adentro. Descanso en el silencio de los párpados.